Sí, efectivamente siempre me quedará Madrid. Una ciudad que me ha encandilado no sólo por su encanto natural, sino también por su gente. En Madrid he aprendido a diferenciar el “mini” del “cachi”, a que la leche no se sirve “natural” sino “del tiempo”, que se puede girar con tu vehículo a la derecha desde el tercer carril de la izquierda, y que de poco importa salir pronto de casa si esa voz repelente del metro te va a recordar que “por incidencias de esta línea…”
Pero también he aprendido a que no importa qué día de la semana sea, porque en cada uno de ellos hay una excusa para aparcar las preocupaciones y pasarlo bien; he aprendido que hasta el más
zumbado puede ser el más amable (¡buenos días, caballero!). Me han sorprendido los miles de temas de conversación que poseen los taxistas, las decenas de alitas de pollo que te puedes comer acompañadas de unas cañas, y lo adictivo que puede ser jugar a la
pocha.
Aunque todo esto no es solo ni mérito mío ni de la ciudad, porque nada hubiera sido lo mismo sin esas personas con las que he compartido esta experiencia a la que no he puesto fin, sino sencillamente una pausa en el camino.
No me atrevo a describir todo lo que me habéis hecho vivir, porque con cualquier adjetivo que lo hiciera me quedaría corto. Con todos, con aquellos que conocía de antes, a los que conocí los primeros días y a los que conocí a poco tiempo de volver. Solo puedo decir que
sois la hostia, troncos. Como me pasó con Madrid, a la que siempre eché en falta a mis amigos; ahora no veo Barcelona tan bonita sin vosotros.
Bajo el sol catalán y con la brisa del Mediterráneo seguiré explicando mis historias. Este blog arrancó con la petición de un muy buen amigo, que quiso saber de mis aventuras por la capital desde Barcelona. Ahora este blog va dedicado a dos grandes ciudades y a las personas que me cautivaron aquí y allí.