La resolución a esta ecuación (chicas+chicos = desmadre hormonal) desató lo esperado: cientos de fichas comenzaron a volar por el autobús en una misma dirección, la de la joven que seguía inmóvil y que sólo de forma disimulada desviaba la mirada hacia su reciente grupo de admiradores, en busca de un gesto que deletara sus intenciones. No tardó mucho en llegar. Pero no fue lo esperado. O al menos no lo que esperaba yo.
Los clásicos de siempre como el "¿estudias o trabajas?" o el "¿sueles venir mucho por aquí?" se convirtieron de repente en un "fíjate en la foto molona del móvil, que está mazo guapa" y en un "no sabes lo que esconde mi amigo ahí abajo"...
¿Qué fueron de aquellas miradas furtivas que buscaban la compenetración, aquellas sonrisas por debajo de la nariz, aquellas sonrojantes conversaciones entrecortadas y aquellos emplazamientos de la cita a la próxima ocasión que el destino volviera a hacerlos coincidir? Ahora las relaciones entre jóvenes avanzan tan rápido en el tiempo como la crisis en nuestra nómina, y los cimientos de una relación no se cuentan por los helados tomados en una terraza o las entradas de cine guardadas en el cajón: los polvos y los condones son las unidades de medida de moda.
No os asustéis, que no he sido yo el que me he trastornado en el tiempo volviendo al Renacimiento. Simplemente, me sorprende la juventud de hoy en día, demasiado avanzada y precoz para muchas cosas. La nota al pie que he de añadir de esa conversación que presencié el otro día (tan explícita y con tanta carga sexual) es que los chicos iban a segundo... de la E.S.O.