viernes, 10 de septiembre de 2010

Ya otoño, un drama

Veo cómo ha pasado el verano de rápido y alucino. Entre bochornosas tormentas y cervezas atormentadas en cualquier bar de cualquier esquina. Sin probar los mojitos de las fiestas de Sants (8€, ¿estamos locos o qué?), y sin que apareciera ningún síntoma de quemaduras por pasarme excesivo tiempo bajo el sol. ¿Dónde quedaron aquellos meses inagotables, en los que olía a cloro y sal a lo largo del día, y tenía que rellenar un cuaderno de 40 páginas que siempre hacía la semana posterior de finalizar el curso? Ya saben, no dejen para mañana lo que puedan hacer hoy.

Durante este periodo “vacacional” (lean las comillas con tono satírico-irónico, gracias) he echado mucho de menos esa piscina vacía de principios de agosto del Patronato Municipal de Ronda (Málaga), donde además de poder intentar abrirme la cabeza sin que un camisa-roja me llamara la atención, podía gritar hasta quedarme afónico con el único riesgo de molestar a las montañas. He echado de menos el olor a panceta, e incluso al curioso (además que peligroso) arte de un miembro de mi familia de eliminar en un toque (como en el fútbol moderno) esas cojoneras avispas – también insectos carnívoros- que pululan alrededor de los platos. Deberían ver como atrapa al vuelo con el pulgar y el índice su abdomen, de tal forma que el aguijón del bichejo –en cólera- golpea incesante en la uña del más gordo de los dedos. Lo dicho, arte.

No importa ahora lo que diga el hombre del tiempo. En realidad, nunca importó (sorry, Quim). El verano se ha acabado y empieza el otoño, época triste donde las haya, pero no más que lo que le sigue. Ni avispas, ni panceta, ni cervezas en las terrazas de los bares. A la gente, además, le cambia el humor y la cara. Viven, vivimos, como enfurruñados, creyendo que por fruncir con más fuerza el ceño vamos a tener menos frío. Lo mejor es que nos refugiemos en la esperanza de que con esto del cambio climático, quizás comamos el pavo de Navidad en tirantes.